Yo por el mundo

 Un día en Sitges

Antes de llegar a España, ya había leído recomendaciones en línea sobre la belleza de Sitges, una ciudad costera muy cercana a Barcelona. Después de pasar medio año aquí, finalmente decidí visitarla con mis amigas. 

Era el primer domingo de abril y, con suerte, un día muy soleado: perfecto para ir a la playa. El trayecto en tren fue corto, y el tiempo pasó volando mientras charlábamos. 

En cuanto llegamos a Sitges y bajamos el tren, ya se sentía el ambiente vocacional: la forma de vestir de la gente y el aire de la ciudad era muy diferentes a los de Barcelona. Se veían visitantes en bañador, restaurantes llenos, y tiendas de helados y crêpres en cada esquina. Tenía la sensación de que no era un domingo cualquiera, sino unas verdaderas vacaciones en una isla. ¡Casi olvidé que al día siguiente tenía clases!

Las calles por las que caminamos desde la estación hasta la playa eran bastante estrechas, pero, junto con el amarillo claro de los muros y la luz de sol, formaban una imagen viva y encantadora. 

A medida que nos acercábamos al mar, sentí la brisa marina y aún podía oler el salitre en el aire. Cuando llegamos a la playa, la arena ya estaba llena de gente tomando el sol, lo que intensificó aún más esa sensación de vacaciones. Para sacar unas fotos, fuimos hasta unas rocas desde donde se podía ver toda la costa. La vista era espectacular: las casas blancas, las palmeras, la arena dorada y el color azul produnfo del mar creaban una armonía visual única. Lo único malo era que hacía demasiado viento así que nuestro pelo salía desordenado en todas las fotos.

 

Para almorzar, comimos algo sencillo en una cafetería, ya que la mayoría de restaurantes estaban llenos. Tal vez no fue la mejor decisión visitar Sitges un fin de semana, debido a la cantidad de gente, pero aun así, la experiencia fue increíble muchísimo ese día.